Lecturas de Hoy Católico – 17 de Febrero de 2030, Sexto Domingo Ordinario

Lecturas de la Misa Católica para el Sexto Domingo Ordinario, Año B – 17 de Febrero de 2030

Primera Lectura – Levíticio 13, 1-2. 44-46

El Señor dijo a Moisés y a Aarón: “Cuando alguno tenga en su carne una o varias manchas escamosas o una mancha blanca y brillante, síntomas de la lepra, será llevado ante el sacerdote Aarón o ante cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un leproso, y el sacerdote lo declarará impuro. El que haya sido declarado enfermo de lepra, traerá la ropa descosida, la cabeza descubierta, se cubrirá la boca e irá gritando: ‘¡Estoy contaminado! ¡Soy impuro!’ Mientras le dure la lepra, seguirá impuro y vivirá solo, fuera del campamento”.

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Salmo Responsorial – Salmo 31, 1-2. 5. 11

R. (1a) Perdona, Señor, nuestros pecados.
Dichoso aquel que ha sido absuelto
de su culpa y su pecado.
Dichoso aquel en el que Dios no encuentra
ni delito ni engaño.
R. Perdona, Señor, nuestros pecados.

Ante el Señor reconocí mi culpa,
no oculté mi pecado.
Te confesé, Señor, mi gran delito
y tú me has perdonado.
R. Perdona, Señor, nuestros pecados.

Alégrense con el Señor y regocíjense
los justos todos,
y todos los hombres de corazón sincero
canten de gozo.
R. Perdona, Señor, nuestros pecados.

Segunda Lectura – 1 Corintios 10, 31–11, 1

Hermanos: Todo lo que hagan ustedes, sea comer, o beber, o cualquier otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios. No den motivo de escándalo ni a los judíos, ni a los paganos, ni a la comunidad cristiana. Por mi parte, yo procuro dar gusto a todos en todo, sin buscar mi propio interés, sino el de los demás, para que se salven. Sean, pues, imitadores míos, como yo lo soy de Cristo.

Aclamación antes del Evangelio – Lucas 7, 16

R. Aleluya, aleluya.
Un gran profeta ha surgido entre nosotros.
Dios ha visitado a su pueblo.
R. Aleluya.

Evangelio – Marcos 1, 40-45

En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: “Si tú quieres, puedes curarme”. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Sí quiero: Sana!” Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.

Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad: “No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés”.

Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios, a donde acudían a él de todas partes.

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